Apocalipsis. 3:1617

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lunes, 22 de noviembre de 2010

Juana Azurduy, Coronela, del Ejército Libertador.Bolivia/Argentina

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Juana Azurduy, Coronela, del Ejército Libertador

Juana Azurduy de Padilla (La Plata (hoy Sucre), 12 de julio de 1780 – 25 de mayo de 1862) fue una patriota guerrillera del Alto Perú (actual Bolivia), que acompañó a su esposo Manuel Ascencio Padilla en el liderazgo de la Republiqueta de La Laguna en las luchas por la emancipación en el Virreinato del Río de la Plata.
Nació en La Plata, actual Sucre, Provincia de Oropeza, Departamento de Chuquisaca y murió en la misma ciudad el 25 de mayo de 1862.
A la muerte de su esposo asumió la comandancia de las guerrillas que conformaban la luego denominada Republiqueta de La Laguna, por lo que es honrada su memoria en la Argentina y en Bolivia. Hablaba el castellano y quechua. Se educó en el prestigioso Convento de Santa Teresa de Chuquisaca.


Manuel Ascencio Padilla
El año de su nacimiento la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupaj Katari y Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Azurduy y su esposo Padilla se sumaron a la Revolución de Chuquisaca que el 25 de mayo de 1809 destituyó al presidente de la Real Audiencia de Charcas, en la que tuvo protagonismo Juan Antonio Álvarez de Arenales. Ligados con las expediciones enviadas desde Buenos Aires, al mando primero de Antonio González Balcarce y luego de Manuel Belgrano, combatieron a los realistas defendiendo la zona comprendida entre Chuquisaca y las selvas que mediaban hacia Santa Cruz de la Sierra. Vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija.
Tras la derrota del Ejército del Norte en la Batalla de Huaqui el 20 de junio de 1811, los realistas al mando de José Manuel de Goyeneche recuperaron el control del Alto Perú y las propiedades de los Padilla junto con las cosechas y sus ganados fueron confiscadas, siendo apresada Juana Azurduy y sus hijos, pero Padilla logró rescatarlos refugiándose en las alturas de Tarabuco.
En 1813 Padilla y Juana Azurduy se pusieron a las órdenes de Belgrano, nuevo jefe del Ejército Auxiliar del Norte, llegando a reclutar 10.000 milicianos. Durante la Batalla de Vilcapugio, Padilla y sus milicianos debieron transportar la artillería sin participar en el combate. Juana Azurduy organizó luego el “Batallón Leales” que participó en la Batalla de Ayohuma el 9 de noviembre de 1813, que significó el retiro de los ejércitos argentinos del Alto Perú. A partir de ese momento Padilla y sus milicianos se dedicaron a realizar acciones guerrilleras contra los realistas.
Azurduy lideró la guerrilla que atacó el cerro de Potosí, tomándolo el 8 de marzo de 1816. Debido a su actuación, tras el triunfo logrado en el Combate del Villar recibió el rango de teniente coronel por un decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816. Tras ello, el general Belgrano le hizo entrega simbólica de su sable.[1]
El 14 de noviembre de 1816 fue herida en la Batalla de La Laguna, su marido acudió a rescatarla y en este acto fue herido de muerte.
El cambio de planes militares, que abandonó la ruta altoperuana para combatir a los realistas afincados en el Perú por vía chilena, disminuyó el apoyo logístico a la guerrilla comandada por Azurduy, que se replegó hacia el sur, uniéndose finalmente a Martín Miguel de Güemes. A la muerte de Güemes se vio reducida a la pobreza. En una carta escrita en 1830, cuando vagaba por las selvas del Chaco argentino:
“A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución.(…)Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme”.Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; más el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido, el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme”.

Pasó varios años en Salta solicitando al gobierno boliviano, ya independiente, sus bienes confiscados. El mariscal Antonio José de Sucre le otorgó una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Murió indigente el día 25 de mayo de 1862 cuando estaba por cumplir 82 años y fue enterrada en una fosa común.
Su restos fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje en la ciudad de Sucre.
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Cuando Clara Zetkin, propuso, uniendo el repudio al magnicidio, de las compañeras obreras textiles, de Nueva York (había sucedido en febrero) y el paro de las obreras textiles rusas, hacia el final de mismo mes de 1917, 8 de marzo para nuestro calendario, que encendieron la chispa de la Revolución Rusa, con seguridad no sabía, que ese mismo día pero de 1781, nacía la compañera guerrillera, que alcanzando el grado de Coronel, del Ejército Libertador, luchó contra el ejército genocida del imperio español, perdiendo, en el campo de batalla, a su compañero y cuatro de sus 5 hijos, nos referimos a JUANA AZURDUY. De haberlo advertido, hubiera reconocido el homenaje, en virtud, de lo que sostenía su entrañable amiga y compañera Rosa Luxemburgo, la necesaria unidad entre el proletariado europeo y los originarios de América Latina. Clara entonces, hubiera hecho un extraordinario panegírico, ya que la ética del pasado es siempre la estética del presente. En homenaje, al coraje de nuestras compañeras, que hunden su impronta, en esta bellísima mujer, relataremos algunos hechos que la colocan en la cúspide de nuestro heroísmo patrio, ése, el necesario, para la construcción de la gran NACIÓN SUR AMERICANA.
Siempre vestía en combate, una túnica escarlata con franjas y alamares de oro y, un ligero birrete con adornos de plata y plumas blancas, afirmando su condición de mestiza y sembrando el terror entre la soldadesca española, ya que fue capaz de ir a combate, con sable en mano (el que le diera el General Belgrano, con el grado de teniente coronel) y, su hija, recién nacida en el otro brazo. Pero antes, un 25 de mayo de 1809, subleva al pueblo de Chuquisaca, revolucionando el Virreinato del Río de la Plata desde el Alto Perú.
Cuando después del Vilcapugio y Ayohuma, el General Goyeneche, osa ofrecerle todo tipo de garantías y de honores, un cargo bien remunerado y también una importante suma de dinero para que abandone la lucha.
Doña Juana no vacila un segundo, dirá: “Qué chapetones éstos, me ofrecen mejor empleo ahora que me porto mal que antes cuando me portaba bien” y, le contestará por escrito: “Con mis armas haré que dejen el intento, convirtiéndolos en cenizas, y que sobre la propuesta de dinero y otros intereses, sólo deben hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, no a los que defienden su dulce libertad como yo lo hago a sangre y fuego” Juan Hualparrimachi, su lugarteniente, mestizo como ella, de gran valor y eximio poeta, eternamente enamorado de su coronela, que moriría en desigual combate, contra las siempre bien pertrechadas tropas enemigas, poniendo el pecho a la descarga de fusilería, dirigida a acabar con JUANA, premonitoriamente escribiría el siguiente poema en quechua:
¿Chekachu, urpílay,

Ripusaj ninqui,

Caru llajtata?

¿Manan cutinqui?…

“Rinayqui ñanta

Ckabuarichibuay,

Nauparisuspa, buackaynillaybuan

Chajcbumusckayqui.

“Rupbaymantari, nibuajtiyquiri,

Huackayniyllari,

Ppuyu tucuspa

Llantuycusuncka.

“¡Aucharumij buabuan!

¡Auca Kakaj churin!

¿Imanasckataj

Sackeribuanqui?



Traducción de Joaquín Gantier:

¿Es verdad, amada mía que dijiste,

me voy muy lejos para no volver?

Enséñame ese camino, que adelantándome,

Lo regaré con mi llanto.

Cuando me digas del calor del sol,

mi llanto, en nube convertido te hará sombra.

¡Hijo de la piedra! ¡Hijo de la roca!

¿Cómo me has dejado?
En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus órdenes 6000 indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses, ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817, Juana al frente de cientos de cholos, recuperó la cabeza de su compañero.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo, perdió toda colaboración de los porteños. Decidió dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Regresa junto a su hija de 6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos. En 1825 se declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Éste, le otorgó a Juana una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Doña Juana terminó sus días olvidada y en la pobreza, el día 25 de mayo de 1862, cuando había cumplido 81 años. Sus restos fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje. 

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