Apocalipsis. 3:1617

"Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca."

Lo cultural/ideológico en manos explotadoras: manipula, mediatiza, limita y oprime hasta la total dominación.

jueves, 9 de diciembre de 2010

9 de diciembre de 1758 nace en Caracas María de la Concepción Palacios y Blanco, madre de Simón Bolívar.Venezuela


El 9 de diciembre de 1758 nace en Caracas María de la Concepción Palacios y Blanco, madre de Simón Bolívar. A los quince años de edad casó con Juan Vicente Bolívar y Ponte. Los Palacios siempre fueron gente de buen gusto. A doña María de la Concepción le apasionaba la música, tocaba la flauta con delicadeza, sobre todo en las veladas familiares. Murió muy joven, a los 34 años de edad, dejando huérfanos a María Antonia, Juana, Juan Vicente y Simón Bolívar. Su recio carácter le había permitido manejar con buen tino los negocios y las propiedades que dejara su esposo.
Pocos datos se tienen sobre doña María de la Concepción Palacios. Fue la primogénita de don Feliciano de Palacios y Sojo y de doña Francisca Blanco y Herrera. Su educación estuvo al cuidado de sus padres y debió de ser muy esmerada, pues se sabe que redactaba con propiedad y era aficionada a la música y a la pintura. La prematura muerte de su esposo, ocurrida cuando llevaban apenas 13 años de matrimonio, la enfrentó con la doble responsabilidad que suponía la educación de sus cuatro pequeños hijos y la correcta administración de los bienes dejados en herencia por su difunto esposo. En el celo, austeridad y consagración que dedicó a cumplir estos deberes está sin duda el retrato moral de una matrona de costumbres morigeradas, de profundo sentido religioso y familiar, dedicada por entero a sus obligaciones como cabeza de familia. Falleció en Caracas el 6 de julio de 1792, a consecuencias de una hemotisis. Su menor hijo, Simón, contaba apenas 9 años de edad.
Catedral de Caracas
Los restos de los padres de El Libertador, así como los de la esposa de éste, y algunos otros deudos, descansan en la Capilla de la Trinidad, en la Catedral de Caracas. Un monumento del notable escultor italiano Vittorio Macho, señala el sitio donde duermen.

Panteón Familia Bolívar en Catedral de Caracas
FRAGMENTO DEL DISCURSO DEL Pbro. Dr. CARLOS BORGES EL 5 DE JULIO DE 1921, EN EL ACTO DE ABRIRSE POR PRIMERA VEZ AL PUBLICO LA CASA NATAL DEL LIBERTADOR

Tiempo es ya, amigos míos, de que se nos presente a la señora de la casa: Doña María de la Concepción Palacios y Blanco de Bolívar y Ponte. Tiene veintitrés años: su belleza es fina y delicada como la de los lirios avileños. Porte gentil, silueta aristocrática, y un aire indefinible de ingénita prestancia que la distingue entre todas las de su rango. Su estatura, ni grande ni pequeña, es la que Shakespeare requería para la bienamada: llega hasta el corazón de su marido. Ojos grandes y negros, de suave fulgor místico, a la sombra de luengas pestañas, ojos candorosos y humildes, inconscientes de su poder y de su gloria. Negro, también, y ondulante y copioso el cabello. Boca de dulzura y de gracia, donde es luz la sonrisa, la bondad miel y música el acento. Tez de blancura alabastrina, con esa palidez de buen tono de las jóvenes principales, criadas y florecidas, faltas de sol y mundo pero pulcras de cuerpo y alma, en el recogimiento conventual de los viejos casones coloniales. La benignidad y la ternura le son connaturales, como el perfume a la azucena y la dulcedumbre al panal. Jamás en su presencia se fustigó al esclavo sin que al punto ella no detuviese, imperiosa o suplicante, el brazo del verdugo. Y alguna vez dio sus pechos de madre joven al huerfanillo negro, y cerró los ojos del anciano que envaneció sirviendo a la familia por más de tres generaciones. Por eso la veneran los infelices como a una Isabel de Hungría. Y es de verla por esas calles, rumbo al templo, con su real traje de terciopelo negro guarnecido de riquísimas blondas, en su litera de patricia, dorada como un trono. Pórtanla con orgullo sobre sus recios hombros cuatro hércules africanos, un gracioso grupo de doncellas mulatas la precede, llevando una la alfombra, otra el abrigo, ésta la sombrilla, y aquélla de quince años – su ahijada y favorita- el devocionario y el flabelo de su buena ama y madrina; todas limpias y honestas, tocadas de blanco, cubierto el núbil seno por vistoso pañuelo de Madrás, de estreno la gaitera alpargata, y olorosos a jabón de Castillo y a mastranto y a alhucema la camisa de gala y el fustán dominguero.
Simón, su papá y mamá
A fuera de Palacios y Sojo, también es ella filarmónica, y canta, y pulsa el arpa y se atreve con la guitarra. En extremo pulcra y hacendosa, mantiene la casa, según su habitual expresión, “como una tacita de plata”. Y aunque le sobran sirvientes, esta mujer insigne que ha heredado de sus mayores el culto por los santos y por los héroes, sacerdotisa y reina del hogar, con sus propias manos cubre de flores el altar doméstico, prende la lamparita de la Virgen, pone al sol las antiguas banderas y limpia y abrillanta los aceros de las panoplias. Y a veces… como ante un espejo mágico que le hiciera inefables revelaciones, se queda pensativa y como soñando ante la hoja de una espada.
Tres veces madre a los veintidós años, ya se advierte en ella esa ennoblecedora fatiga que sigue siempre a los grandes esfuerzos creadores, y por la cual el mismo Dios, según dice en figura el Génesis, se sienta a descansar ante su obra. La aparente debilidad de su constitución física, cierta expresión como de abatimiento en su semblante, y su misma temprana y excesiva fecundidad anterior, harían tal vez creer que se ha agotado en ella la sagrada fuente de la vida.
Pero la omnipotencia del Altísimo ha puesto prodigiosas y extraordinarias reservas de energías fisiológicas y morales en esta admirable criatura, predestinada a concebir en sus entrañas al redentor de América.

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