ENcontrARTE - Aporrea.org por: Luciana Mc Namara/Encontrarte
Desde principios del siglo XVI ya se veían en las rutas del Atlántico unos enormes buques dedicados expresamente a transportar humanos (mayormente de raza negra), sometidos y convertidos en esclavos. Los países europeos que participaron en el decadente y lucrativo tráfico negrero, como España, Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda, poseían grandes compañías de navegación especializadas en dicho transporte
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Dibujo de Barco portugués procedente de Angola y Congo del siglo XVIII.
La trata de negros comenzó a ser manejada por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en 1621. Cuarenta años después, en 1672, la encargada de este “negocio” humano fue la English Royal Áfrican Company para luego en la primera década del siglo XVIII pasar a manos de la Compañía Real de la Guinea (francesa). Ya en 1764, la Real Compañía Guipuzcoana inicia relaciones comerciales de embarques negreros con la firma británica de Wenland Brothers, quien importaba Negros mandingas, zapes, congos, loangos y de otros
gentilicios, atados con cadenas por el cuello y transportados en las bodegas de los barcos en vergonzosas condiciones. Indudablemente uno de los países que más aprovechó esta comercialización fue Inglaterra: llegó a extraer de África hasta 80.000 negros al año. Sin embargo, España mantuvo una actividad permanente y crucial en este negocio a niveliberoamericano, y no sólo eran los peninsulares quienes traían esclavos a las tierras venezolanas sino que también los nativos (los criollos) comerciaban con ellos. Durante mucho tiempo se utilizó el trueque en el comercio intercolonial y era frecuente observar que se cambiaban mulas criollas por esclavos negros. Los criollos controlaban gran parte del comercio de negros con los españoles y las Antillas dentro del país, convirtiéndose en piezas claves en el tráfico intercolonial.
La llegada de los negros a los puertos venezolanos era un colorido acontecimiento. Se formaba una especie de feria en la que montaban toda una parafernalia para proceder a la exhibición de las “piezas” como se les llamaba a los desembarcados. Comenzaba entonces el
movimiento de compra-venta. Los traficantes repartían aceite de coco para que los esclavos se lustraran la piel y mejorar así su aspecto ante los posibles ojos compradores. Éstos revisaban cuidadosamente la mercancía: su dentadura, estatura, porte, etc. “En cada puerto de llegada había funcionarios denominados ‘factores’, los cuales cumplían con la tarea de efectuar el palmeo y revisar la carimba (…) Los negros de menos de siete cuartas de altura no eran considerados como una pieza, como tampoco aquéllos que, aún teniendo la altura requerida, tuviesen algún defecto físico notorio. Una madre con un niño de pecho pasaban como una sola pieza. Esta forma de medir los esclavos se denominaba «palmeo» y la marca que se les hacía con un hierro candente en alguna parte del cuerpo, generalmente en un brazo, se conocía con el nombre de «carimba», práctica ésta que fue suprimida por real cédula de 4 de noviembre de 1784”.
Tomado del Proyecto de la UNESCO: La ruta del esclavo
Los esclavos eran comprados por familias y personas de dinero. Era una muy buena inversión, un negocio reproductivo, ya que se adquiría al mismo tiempo la posibilidad de una prole. Fue probablemente por esos años que una poderosa familia, dueña de grandes extensiones de tierra en la región de Chaguaramal cerca de Maturín, asistió a una feria comercial para comprar un lote de esclavos recién llegados del África. La familia Rojas Ramírez, los apoderados, llevaba sin saberlo entre su compra la mujer que daría a Luz a una hacedora de historia venezolana, a una africana que bautizaron como Guadalupe Ramírez.
Como era usual en esos tiempos, la negra Guadalupe se vio en la obligación de concederle favores sexuales a los patrones. De este modo sale embaraza sin conocer con exactitud al verdadero progenitor, el cual pudo haber sido el General Andrés o José Francisco Rojas. Lo cierto es que en 1790 nace en la Hacienda cacaotera de los Ramírez Rojas en Chaguaramal, en Municipio Piar, la mulata Juana Ramírez. Nace en el límite de cambios paradigmáticos de la sociedad mundial, como la conmocionada Revolución Francesa o la declaración de libertad en el comercio de esclavos autorizada por la Corona española en 1789. Ya para finales del siglo XVIII los vientos de cambio se sentían por doquier, no sólo se habían incrementado los alzamientos de esclavos en todo el territorio nacional, sino que también se gestaba un proceso independentista que venía tomando forma ya desde hacía un tiempo.
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Con apenas un año de edad, Juana percibe el aroma de la libertad al estallar la insurrección de los esclavos de Haití. Luego vino el levantamiento José Leonardo Chirino y otras pequeñas sublevaciones que la niña observaba desde su lugar. Detrás del fregadero, Juana escuchaba las noticias que alimentaban su espíritu libertario. La oligarquía mantuana, ya asustada por las constantes rebeliones y las nuevas leyes ibéricas que peligraban su condición, incrementa la represión a niveles escandalosos, por lo que Guadalupe y su hija permanecen sin sobresaltos atadas a la esclavitud. Así crece la pequeña Juana, entre la cocina y la barraca: planchando, cocinando, lavando y sirviendo. Sin embargo, fue criada bajo la tutela de Doña Teresa Ramírez de Balderrama quien la protegió y brindó una educación basada en ideales patriotas, siempre fiel a sus amos y alejada de todo contacto con negros peligrosos de la zona. Cuando llega
a la adolescencia, comienza a acompañar a Don Andrés Rojas a realizar labores en la hacienda. La muchacha reflejaba un ímpetu tal que llama poderosamente la atención del General, probablemente su verdadero padre, y éste decide llevarse a la joven a viajes extramuros.
Al principio fueron cortos, pero para comienzos del ochocientos la chica acompañaba a su patrón a múltiples actividades relacionadas con la gesta independentista aprendiendo todo lo que estaba a su alcance. A los 15 años ya era mano derecha del General y estaba lista para enfrentar las faenas de la guerra. Mientras tanto, ocurría la revuelta de 1810, la Primera República se alzaba; y aunque la clase marginada, prácticamente en su totalidad (negros, pardos e indios), se inclinaron hacia el lado realista, Juana permaneció junto a los patriotas, fiel a sus convicciones y valores aprendidos.
La noticia de los sucesos de 1810 habían llegado a través de un rico ganadero maturines que se hallaba en Trinidad e inmediatamente ganaron adeptos. Familias de la zona como los Monagas y los Rojas, se unieron inmediatamente a la lucha y formaron sus propios ejércitos con los esclavos de sus haciendas. Aunque para ese momento Maturín era una aldea de casas con paredes de bahareque y techos de paja, un pueblito muy pequeño que pertenecía a la provincia de Barcelona, no dejaba de ser punto estratégico tanto para realistas como para patriotas. Con sus habitantes organizados el pueblo ya tenía constituida su defensa. Juana contaba con veinte años.
Se había convertido en una hermosa mujer muy alta e impactante que con solo dar la orden los demás obedecían sin resistencia e infundía sobre los esclavos la pasión por la lucha independentista. Es así que entre 1813 y 1814 Juana participa en las cinco batallas que
se realizan en las cercanías de Maturín contra Antonio Zuazola, de La Hoz, Monteverde y Morales: la que más destaca es la de Alto de los Godos, una batalla que, por la intrépida avanzada de Juana fue victoria segura para los patriotas. De allí es que a la heroína venezolana se le conoce como Juana “La Avanzadora”.
Entre esos años Andrés Rojas acompañado siempre de Juana estaba siempre en Maturín. La inminencia de la Guerra era latente, todos lo sabían, y Juana se apresura a fundar un batallón que llamaron “Batería de las Mujeres”, formado por todas las mujeres del pueblo, entre
las que estaban Graciosa Barroso de Sifontes, María Antonia (la abuela de Eloy Palacios) y Juanita Ramírez, Dolores Betancourt Mota, Marta Cumbale, Valentina Mina, Vicencia y Rosa Gómez, Carmen Lanza, Luisa Gutiérrez, Isidora Argote, Eusebia Ramírez, Guadalupe Ramírez, Rosalía Uva, María Romero de López, Josefa Barrosos, Juana Carpio y Lorenza Rondón, prestas a ayudar ante cualquier emergencia. Y así lo hicieron. Fue un 25 de mayo de 1813 cuando Juana se da su cita con la historia de la independencia. Es en ese año que ataca Domingo Monteverde en nombre del Rey de España al pueblo oriental, y la defensa republicana fue liderada por José Francisco Bermúdez, José Francisco Azcúe, Manuel Piar y José Tadeo Monagas, también estaban el general Rojas y Remigio Fuenmayor. Piar organiza el mencionado batallón de mujeres y lo coloca bajo el mando del Comandante Felipe Carrasquel, disponiendo entre sus actividades la de apertrechar los cañones, atender los heridos, suplir de provisiones a las tropas, y enfrentarse al enemigo de ser necesario.
La batalla se libró en la sabana del Alto de los Godos, al oeste de Maturín. Allí se fueron reuniendo los patriotas, venían de distintos sitios, como desde La Cruz, San Simón o Las Cocuizas. El número de hombres llegaba a los dos mil, dispuestos a enfrentarse al ejercito de
Domingo Monteverde que los doblaba en hombres y artillería. La batalla comenzó cerca de las 11 de la mañana y finalizó al oscurecer el día. Fue una ardua lucha en la que Juana y su batería de mujeres se habían acomodado cerca de lo que hoy es la Plaza Piar de Maturín. Allí entre sus labores, Juana se destaca en su desempeño y es admirada por el Comandante Carrasquel. Su valor no tenía parangón y
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mantuvo a raya al ejercito de Monteverde, impidiéndole el paso a la población donde sólo estaban escondidos los niños y los ancianos. Como a las 4 de la tarde desde Altos de los Godos, llega a Maturín la noticia de que a los patriotas se les estaban acabando las municiones. El Comandante Carrasquel, jugándose la última carta, le ordena a Juana avanzar hasta Los Godos, y ésta, con apenas 23 años de edad, salió desde una fosa situada en las inmediaciones de la actual plaza Piar de Maturín y comenzó a avanzar homéricamente en medio de una lluvia de balas y cañones hasta lograr atravesar todo el campo. Allí toma la espada de un general muerto y alza el arma como símbolo de lucha y libertad. Toda la tropa queda absorta. José Francisco Azcue, el general Rojas, José Tadeo Monagas y Manuel Piar al ver a la negra Juana luchando apasionada, se contagian del ánimo y arremeten con furia contra el ejercito realista. Monteverde se vio repentinamente acorralado y logra escapar hacia el pueblo de Areo, rumbo a Barcelona, dejando en el campo de batalla al Comandante Antonio Bosch y al Capitán Pedro Cabrera. Bosch y Cabrera murieron al rato bajo las lanzas patriotas, pero también muere allí el Cacique Comandante José Miguel Guanaguanay, último cacique de Los Chaimas quien fallece en el campo junto a toda su tribu. No obstante ganaron la batalla y fue Juana el verdadero espíritu de la victoria ese día, el día en que se salvó Maturín. Como premio del triunfo, los patriotas ganaron armas y municiones, 6.000 pesos de plata, 3 cañones, y los cofres de Monteverde. Las bajas alcanzaron los 479 efectivos entre los que se contaron 27 oficiales realistas y 452 soldados muertos. Juana, al terminar la batalla, se encargó personalmente de dar sepultura a los caídos. Estos fueron enterrados en un sitio llamado la Mata de la Muerte, al pie de un árbol ubicado frente a la Iglesia San Ignacio. Por eso en aquel entonces la capital monaguense fue bautizada por el Libertador Simón Bolívar como La Tumba de los Tiranos. Pero al año siguiente, el 11 de diciembre de 1814, después de la batalla de Urica, en la que fallece José Tomás Bóves Maturín es atacada nuevamente y cae bajo el poder del español Tomás Morales, quien arrasa la aldea en su totalidad. Quemó todas las casas y asesinó a todos los ancianos, niños y mujeres que pudo. La mayoría de las personas que allí se encontraban eran caraqueñas y del centro del país, producto del éxodo ocasionado por la entrada de Bóves a Caracas. Con esta victoria realista se termina de perder la Segunda República.
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Monumento a Juana La Avanzadora en Maturín
Los pocos que se salvaron, entre ellos Juana, lograron escapar hacia las montañas y desde allí combatieron como guerrilleros durante mucho tiempo internados en las sierras de El Tigre. Se alimentaban de ganado perdido por el monte, plantas u otros animales salvajes. Dos años después fundaron algunos poblados cerca de las ruinas del gran incendio perpetrado por Morales en cuya reconstrucción participó el general Andrés Rojas.
Cuando Venezuela logra su independencia, Juana se queda a vivir en Guacharacas, muy cerca de Maturín, en una próspera localidad que más tarde desaparece para luego varios habitantes emigrar hacia la parte alta del terreno construyendo las primeras casas de lo que llamaron San Vicente en el año 1924. Allí, como esclava liberada -liberación que obtuvo por los servicios prestados a la familia patriota a la cual servía- Juana forma una familia con sus cinco hijas: Clara, Juana, Juana, Josefa y Victoria, junto al hombre del cual se enamoró, un patriota. Ahí vivió sus últimos años cultivando la tierra y disfrutando de su libertad y la de la propia Venezuela. Muere en 1856 a la edad de 66 años, siendo enterrada en el cementerio antiguo de Guacharacas en El Bajo, el mismo que en la actualidad es utilizado por las
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comunidades de San Vicente y Pueblo Libre.
Unos cardones, que primero los guacharaqueros y después los sanvicenteños sembraban periódicamente, recordaban el sitio exacto donde está enterrada "La Avanzadora". Durante más de un siglo esos cardones marcaron la ubicación exacta de la tumba. Una y otra vez, la devoción popular los replantó hasta que el 24 de junio de 1975, el Comité de Damas de la 58° División de Infantería levantó un monumento sobre esa lápida en el cementerio viejo de Guacharacas (hoy San Vicente) cuya placa reza así: “Aquí yacen los restos mortales de la heroína Juana Ramírez “La Avanzadora”, máxima exponente de la mujer monaguense, 1790-1856.” Más tarde, en 1952,
casi al final de Av. Bolívar de Maturín, sobre una gran redoma, el Ejecutivo Regional alzó un monumento en su memoria, construido y declarado primero Santuario Patriótico Distrital y luego, en 1994, Santuario Patriótico Regional. De esta manera se recuerda a Juana Ramírez que, intacta en su estatua de bronce y alzando el machete, continúa animando en la lucha por la libertad.
Crédito: Randy Sierra
Desde principios del siglo XVI ya se veían en las rutas del Atlántico unos enormes buques dedicados expresamente a transportar humanos (mayormente de raza negra), sometidos y convertidos en esclavos. Los países europeos que participaron en el decadente y lucrativo tráfico negrero, como España, Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda, poseían grandes compañías de navegación especializadas en dicho transporte
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Dibujo de Barco portugués procedente de Angola y Congo del siglo XVIII.
La trata de negros comenzó a ser manejada por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en 1621. Cuarenta años después, en 1672, la encargada de este “negocio” humano fue la English Royal Áfrican Company para luego en la primera década del siglo XVIII pasar a manos de la Compañía Real de la Guinea (francesa). Ya en 1764, la Real Compañía Guipuzcoana inicia relaciones comerciales de embarques negreros con la firma británica de Wenland Brothers, quien importaba Negros mandingas, zapes, congos, loangos y de otros
gentilicios, atados con cadenas por el cuello y transportados en las bodegas de los barcos en vergonzosas condiciones. Indudablemente uno de los países que más aprovechó esta comercialización fue Inglaterra: llegó a extraer de África hasta 80.000 negros al año. Sin embargo, España mantuvo una actividad permanente y crucial en este negocio a niveliberoamericano, y no sólo eran los peninsulares quienes traían esclavos a las tierras venezolanas sino que también los nativos (los criollos) comerciaban con ellos. Durante mucho tiempo se utilizó el trueque en el comercio intercolonial y era frecuente observar que se cambiaban mulas criollas por esclavos negros. Los criollos controlaban gran parte del comercio de negros con los españoles y las Antillas dentro del país, convirtiéndose en piezas claves en el tráfico intercolonial.
La llegada de los negros a los puertos venezolanos era un colorido acontecimiento. Se formaba una especie de feria en la que montaban toda una parafernalia para proceder a la exhibición de las “piezas” como se les llamaba a los desembarcados. Comenzaba entonces el
movimiento de compra-venta. Los traficantes repartían aceite de coco para que los esclavos se lustraran la piel y mejorar así su aspecto ante los posibles ojos compradores. Éstos revisaban cuidadosamente la mercancía: su dentadura, estatura, porte, etc. “En cada puerto de llegada había funcionarios denominados ‘factores’, los cuales cumplían con la tarea de efectuar el palmeo y revisar la carimba (…) Los negros de menos de siete cuartas de altura no eran considerados como una pieza, como tampoco aquéllos que, aún teniendo la altura requerida, tuviesen algún defecto físico notorio. Una madre con un niño de pecho pasaban como una sola pieza. Esta forma de medir los esclavos se denominaba «palmeo» y la marca que se les hacía con un hierro candente en alguna parte del cuerpo, generalmente en un brazo, se conocía con el nombre de «carimba», práctica ésta que fue suprimida por real cédula de 4 de noviembre de 1784”.
Tomado del Proyecto de la UNESCO: La ruta del esclavo
Los esclavos eran comprados por familias y personas de dinero. Era una muy buena inversión, un negocio reproductivo, ya que se adquiría al mismo tiempo la posibilidad de una prole. Fue probablemente por esos años que una poderosa familia, dueña de grandes extensiones de tierra en la región de Chaguaramal cerca de Maturín, asistió a una feria comercial para comprar un lote de esclavos recién llegados del África. La familia Rojas Ramírez, los apoderados, llevaba sin saberlo entre su compra la mujer que daría a Luz a una hacedora de historia venezolana, a una africana que bautizaron como Guadalupe Ramírez.
Como era usual en esos tiempos, la negra Guadalupe se vio en la obligación de concederle favores sexuales a los patrones. De este modo sale embaraza sin conocer con exactitud al verdadero progenitor, el cual pudo haber sido el General Andrés o José Francisco Rojas. Lo cierto es que en 1790 nace en la Hacienda cacaotera de los Ramírez Rojas en Chaguaramal, en Municipio Piar, la mulata Juana Ramírez. Nace en el límite de cambios paradigmáticos de la sociedad mundial, como la conmocionada Revolución Francesa o la declaración de libertad en el comercio de esclavos autorizada por la Corona española en 1789. Ya para finales del siglo XVIII los vientos de cambio se sentían por doquier, no sólo se habían incrementado los alzamientos de esclavos en todo el territorio nacional, sino que también se gestaba un proceso independentista que venía tomando forma ya desde hacía un tiempo.
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Con apenas un año de edad, Juana percibe el aroma de la libertad al estallar la insurrección de los esclavos de Haití. Luego vino el levantamiento José Leonardo Chirino y otras pequeñas sublevaciones que la niña observaba desde su lugar. Detrás del fregadero, Juana escuchaba las noticias que alimentaban su espíritu libertario. La oligarquía mantuana, ya asustada por las constantes rebeliones y las nuevas leyes ibéricas que peligraban su condición, incrementa la represión a niveles escandalosos, por lo que Guadalupe y su hija permanecen sin sobresaltos atadas a la esclavitud. Así crece la pequeña Juana, entre la cocina y la barraca: planchando, cocinando, lavando y sirviendo. Sin embargo, fue criada bajo la tutela de Doña Teresa Ramírez de Balderrama quien la protegió y brindó una educación basada en ideales patriotas, siempre fiel a sus amos y alejada de todo contacto con negros peligrosos de la zona. Cuando llega
a la adolescencia, comienza a acompañar a Don Andrés Rojas a realizar labores en la hacienda. La muchacha reflejaba un ímpetu tal que llama poderosamente la atención del General, probablemente su verdadero padre, y éste decide llevarse a la joven a viajes extramuros.
Al principio fueron cortos, pero para comienzos del ochocientos la chica acompañaba a su patrón a múltiples actividades relacionadas con la gesta independentista aprendiendo todo lo que estaba a su alcance. A los 15 años ya era mano derecha del General y estaba lista para enfrentar las faenas de la guerra. Mientras tanto, ocurría la revuelta de 1810, la Primera República se alzaba; y aunque la clase marginada, prácticamente en su totalidad (negros, pardos e indios), se inclinaron hacia el lado realista, Juana permaneció junto a los patriotas, fiel a sus convicciones y valores aprendidos.
La noticia de los sucesos de 1810 habían llegado a través de un rico ganadero maturines que se hallaba en Trinidad e inmediatamente ganaron adeptos. Familias de la zona como los Monagas y los Rojas, se unieron inmediatamente a la lucha y formaron sus propios ejércitos con los esclavos de sus haciendas. Aunque para ese momento Maturín era una aldea de casas con paredes de bahareque y techos de paja, un pueblito muy pequeño que pertenecía a la provincia de Barcelona, no dejaba de ser punto estratégico tanto para realistas como para patriotas. Con sus habitantes organizados el pueblo ya tenía constituida su defensa. Juana contaba con veinte años.
Se había convertido en una hermosa mujer muy alta e impactante que con solo dar la orden los demás obedecían sin resistencia e infundía sobre los esclavos la pasión por la lucha independentista. Es así que entre 1813 y 1814 Juana participa en las cinco batallas que
se realizan en las cercanías de Maturín contra Antonio Zuazola, de La Hoz, Monteverde y Morales: la que más destaca es la de Alto de los Godos, una batalla que, por la intrépida avanzada de Juana fue victoria segura para los patriotas. De allí es que a la heroína venezolana se le conoce como Juana “La Avanzadora”.
Entre esos años Andrés Rojas acompañado siempre de Juana estaba siempre en Maturín. La inminencia de la Guerra era latente, todos lo sabían, y Juana se apresura a fundar un batallón que llamaron “Batería de las Mujeres”, formado por todas las mujeres del pueblo, entre
las que estaban Graciosa Barroso de Sifontes, María Antonia (la abuela de Eloy Palacios) y Juanita Ramírez, Dolores Betancourt Mota, Marta Cumbale, Valentina Mina, Vicencia y Rosa Gómez, Carmen Lanza, Luisa Gutiérrez, Isidora Argote, Eusebia Ramírez, Guadalupe Ramírez, Rosalía Uva, María Romero de López, Josefa Barrosos, Juana Carpio y Lorenza Rondón, prestas a ayudar ante cualquier emergencia. Y así lo hicieron. Fue un 25 de mayo de 1813 cuando Juana se da su cita con la historia de la independencia. Es en ese año que ataca Domingo Monteverde en nombre del Rey de España al pueblo oriental, y la defensa republicana fue liderada por José Francisco Bermúdez, José Francisco Azcúe, Manuel Piar y José Tadeo Monagas, también estaban el general Rojas y Remigio Fuenmayor. Piar organiza el mencionado batallón de mujeres y lo coloca bajo el mando del Comandante Felipe Carrasquel, disponiendo entre sus actividades la de apertrechar los cañones, atender los heridos, suplir de provisiones a las tropas, y enfrentarse al enemigo de ser necesario.
La batalla se libró en la sabana del Alto de los Godos, al oeste de Maturín. Allí se fueron reuniendo los patriotas, venían de distintos sitios, como desde La Cruz, San Simón o Las Cocuizas. El número de hombres llegaba a los dos mil, dispuestos a enfrentarse al ejercito de
Domingo Monteverde que los doblaba en hombres y artillería. La batalla comenzó cerca de las 11 de la mañana y finalizó al oscurecer el día. Fue una ardua lucha en la que Juana y su batería de mujeres se habían acomodado cerca de lo que hoy es la Plaza Piar de Maturín. Allí entre sus labores, Juana se destaca en su desempeño y es admirada por el Comandante Carrasquel. Su valor no tenía parangón y
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Monumento a Juana La Avanzadora en Maturín
Los pocos que se salvaron, entre ellos Juana, lograron escapar hacia las montañas y desde allí combatieron como guerrilleros durante mucho tiempo internados en las sierras de El Tigre. Se alimentaban de ganado perdido por el monte, plantas u otros animales salvajes. Dos años después fundaron algunos poblados cerca de las ruinas del gran incendio perpetrado por Morales en cuya reconstrucción participó el general Andrés Rojas.
Cuando Venezuela logra su independencia, Juana se queda a vivir en Guacharacas, muy cerca de Maturín, en una próspera localidad que más tarde desaparece para luego varios habitantes emigrar hacia la parte alta del terreno construyendo las primeras casas de lo que llamaron San Vicente en el año 1924. Allí, como esclava liberada -liberación que obtuvo por los servicios prestados a la familia patriota a la cual servía- Juana forma una familia con sus cinco hijas: Clara, Juana, Juana, Josefa y Victoria, junto al hombre del cual se enamoró, un patriota. Ahí vivió sus últimos años cultivando la tierra y disfrutando de su libertad y la de la propia Venezuela. Muere en 1856 a la edad de 66 años, siendo enterrada en el cementerio antiguo de Guacharacas en El Bajo, el mismo que en la actualidad es utilizado por las
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Unos cardones, que primero los guacharaqueros y después los sanvicenteños sembraban periódicamente, recordaban el sitio exacto donde está enterrada "La Avanzadora". Durante más de un siglo esos cardones marcaron la ubicación exacta de la tumba. Una y otra vez, la devoción popular los replantó hasta que el 24 de junio de 1975, el Comité de Damas de la 58° División de Infantería levantó un monumento sobre esa lápida en el cementerio viejo de Guacharacas (hoy San Vicente) cuya placa reza así: “Aquí yacen los restos mortales de la heroína Juana Ramírez “La Avanzadora”, máxima exponente de la mujer monaguense, 1790-1856.” Más tarde, en 1952,
casi al final de Av. Bolívar de Maturín, sobre una gran redoma, el Ejecutivo Regional alzó un monumento en su memoria, construido y declarado primero Santuario Patriótico Distrital y luego, en 1994, Santuario Patriótico Regional. De esta manera se recuerda a Juana Ramírez que, intacta en su estatua de bronce y alzando el machete, continúa animando en la lucha por la libertad.
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