Por: Manuel Boffil Bello
Hace mucho, mucho tiempo, érase una vez…un yo, quien –fervoroso- deseaba ser actor, y se fue muuuuy lejos de su casa en busca de un lugar donde actuar cosas con su arte, era el tiempo de ponerle acento a todas las palabras, su hora de vivir el sueño, de iniciar la práctica real de tantas cosas que pensó aprendidas. El lugar era “La Pastora”, una hermosísima maqueta a escala natural, que orgullosa le hablaba sobre el pasado de una bella mujer llamada Caracas. Mientras le permitía “caminarla” lentamente fue grabando en su memoria el frescor de aquella mañana, acompañado del ruidito de la quebrada descubierta bajo el puente y según la atravesaba como umbral hacia otro sueño más encantadora sonaba. Era extraño, no se veían los habitantes del lugar. Siguió, e iba bebiéndose cada futuro recuerdo, como si supiese que se iba a enamorar de todo…con los años. Una vieja casa, un extraño ambiente, mucha gente…caminaba entre ellos como si fuesen cuerpos de cera que, moviéndose en otra dimensión parecían apartarse a su paso de joven explorador. Apeló a sus armas: un anillo de utilería, una carpetica mínima con pequeñas hojas de papel para empolvar la cara, un pañuelo blanco y todo aquello leído de Stanivslaski…luego camisa, corbata, el traje y un sombrero. Era otro, bañado ahora por el olor de un incensario que, pendular llenaba de humo el patiecito de la casa. (Sabía que en realidad era un artilugio para traspasar umbrales). La gran tela que impedía a la luz solar acceder al “set” me hizo recordar y entender un poco mejor el circo Razzore. Varios silencios absolutos y varios…corten!
Pasó la vida, o parte de ella –al menos- y hoy, 31 de agosto del 2009, busco lo que no encontraba y -como siempre- encuentro lo que no buscaba…un papelito escrito por aquel de “hace mucho, mucho tiempo”, de “érase una vez”. Me permito un último recuerdo –por ahora- de aquello: los muy bellos ojos de Alicia Plaza y su voz coqueta, ronquita y mañanera, hablándole a un extra...bueeeno, mejor transcribo exactamente el contenido del papelito encontrado. (Enviado y publicado en “El Correo del Pueblo. El Universal)
26 de febrero de 1982. Se atrasó la filmación de la película “La Casa de Agua” (de Jacobo Penzo) en La Pastora.
Del Ministerio de Educación hacia el Banco Central a pleno mediodía. Librería “KUAI MARE”: se me ocurre entrar y solicitar “alguna obra de Cruz Salmerón Acosta…un poeta venezolano, oriental, de hace unos sesenta años, -más o menos- …creo.” Los muchachos y muchachas de la librería, al igual que yo, no lo conocen. Pero buscando, hallamos una publicación de la “Biblioteca de Temas y Autores Sucrenses” (Colección “La Torre de Timón”). La obra que encontramos es “Fuente de Amargura”, del poeta de Manicuare…y de toda Venezuela (en la medida que lo leamos, lo sintamos y lo sepamos nuestro, y de todos).
Manicuare…es Venezuela, aunque por cuales malditas razones, ni lo sospechábamos.
Ahora, que comenzamos a vislumbrar la importancia del poeta, nos encontramos en medio de una agria discusión suscitada en torno a él. Y cuando esperábamos que se iniciaran discusiones sobre su obra, se acentuaron las referentes a su vida. Solo quisiera decir que, cualesquiera hayan sido sus actos, y aún cuando pueda ser de nuestro mayor interés el conocerlos, no creo que tengamos la posibilidad, ni el mas mínimo derecho a juzgarlos, y mucho menos tomarlos como indicadores de su calidad como poeta. Así pues, tengan razón “los unos” o tengan razón los “otros” (porque parecen dividirse en “unos y otros”), lo que seguramente no podrán hacer variar jamás es su poesía –ni su dolor, que es lo mismo- ni todo ese maravilloso sentimiento que logra uno descifrar en su trabajo, aún a 53 años de la llegada de su muerte.
Tan es así todo lo inmediatamente anterior, que, un día –mientras lo leía- creí por un instante haber estado en el bote que nos llevaba a todos a despedir su cuerpo; y en la oscuridad –estoy seguro- sentimos el agua de la lluvia mojarnos, y sentimos el barro al pisar, como cuando “nuestros pies se hunden y nada responde".
Todavía creo haber estado allí. Y Dios sabe que lo creo.
26 de febrero de 1982. Se atrasó la filmación de la película “La Casa de Agua” (de Jacobo Penzo) en La Pastora.
Del Ministerio de Educación hacia el Banco Central a pleno mediodía. Librería “KUAI MARE”: se me ocurre entrar y solicitar “alguna obra de Cruz Salmerón Acosta…un poeta venezolano, oriental, de hace unos sesenta años, -más o menos- …creo.” Los muchachos y muchachas de la librería, al igual que yo, no lo conocen. Pero buscando, hallamos una publicación de la “Biblioteca de Temas y Autores Sucrenses” (Colección “La Torre de Timón”). La obra que encontramos es “Fuente de Amargura”, del poeta de Manicuare…y de toda Venezuela (en la medida que lo leamos, lo sintamos y lo sepamos nuestro, y de todos).
Manicuare…es Venezuela, aunque por cuales malditas razones, ni lo sospechábamos.
Ahora, que comenzamos a vislumbrar la importancia del poeta, nos encontramos en medio de una agria discusión suscitada en torno a él. Y cuando esperábamos que se iniciaran discusiones sobre su obra, se acentuaron las referentes a su vida. Solo quisiera decir que, cualesquiera hayan sido sus actos, y aún cuando pueda ser de nuestro mayor interés el conocerlos, no creo que tengamos la posibilidad, ni el mas mínimo derecho a juzgarlos, y mucho menos tomarlos como indicadores de su calidad como poeta. Así pues, tengan razón “los unos” o tengan razón los “otros” (porque parecen dividirse en “unos y otros”), lo que seguramente no podrán hacer variar jamás es su poesía –ni su dolor, que es lo mismo- ni todo ese maravilloso sentimiento que logra uno descifrar en su trabajo, aún a 53 años de la llegada de su muerte.
Tan es así todo lo inmediatamente anterior, que, un día –mientras lo leía- creí por un instante haber estado en el bote que nos llevaba a todos a despedir su cuerpo; y en la oscuridad –estoy seguro- sentimos el agua de la lluvia mojarnos, y sentimos el barro al pisar, como cuando “nuestros pies se hunden y nada responde".
Todavía creo haber estado allí. Y Dios sabe que lo creo.
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