Apocalipsis. 3:1617

"Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca."

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viernes, 15 de abril de 2011

Niño enfermo

para utilizar todo enlace aparecido entre paréntesis véase original con el enlace: Editorial Monografias.com

por Mora Torres

                                             Niño enfermo
Publicado el 13 de Abril de 2011 por Mora Torres

Las enfermedades de los niños tienen algo tan trágico -hablo de enfermedades menores sin embargo (Enfermedades más comunes en los niños)- y a la vez tanto hechizo (Cuentos Hadas - Magia, Fe y Encanto?), que quien ha sido tocado en su infancia por la visión de algún mal, o ha mirado como ese mal tocaba a su amigo o hermano, lo recuerda por siempre, con una idea de haber aprendido algo (Aprender a vivir - Cuatro actitudes y un camino).

Yo me acuerdo muy bien de un niño enfermo, un niño vecino, de mi infancia. Él ya amaba apasionadamente a la chica más linda del barrio, Indiana, e imaginar sus rizos oscuros lo calmaba instantáneamente, pero por un instante (Chicos, no hagan esto en sus casas).

La cama estaba en el medio de los reflejos de sus sueños afiebrados, lo hamacaba, la cama y los sueños lo hamacaban, aunque él sentía que lo que mecían no era del todo su cuerpo, que quizás era de otro y él no estaba allí sino en las nubes que pasaban por la ventana, o ni siquiera en las nubes, tal vez sólo era aire respirado (Narraciones infantiles: Universo complejo y desafiante).

De pronto volvía a ser él por el dolor; nada más material que el dolor, nada nos hace más terrenos que el dolor físico, y la sed de apagarlo, de calmarlo (Dolor físico y dolor emocional: el holograma de los sentidos).

El dolor de cabeza lo empujaba como un viento fuerte -había manos que le penetraban la cabeza, o ramas que caían de los árboles atravesándola, y llegaban justo a dos lugares cruciales de ella: la inteligencia y la locura (Hacia una enseñanza e investigación inteligente de la inteligencia).


La locura decía: “Acá se coloca la corona del rey”, pero la corona era tan pesada, con sus oros y diamantes, que el dolor acrecía.

Entonces prefería pensar en su corazón. ¿Indiana lo amaría?

Pero su fiebre no tenía una respuesta; sólo el sonido -como rocío, como música- de la oración que rezaban sus padres en la otra habitación, oración que tenía el nombre de la tormenta o de esa brisa que de pronto se desata en la playa cuando uno está desprevenido.

Como creía que se estaba muriendo, cuando lo ganaba la sensatez -o algo de inteligencia, como él pensaba- se preparaba una rutina: sentir el sol como si estuviera allí en su cuarto, y como si él lo fuera; sentir el sabor del agua como si acaso tuviera en estos momentos nociones de sabor o de sed.

Sus hermanas jugaban, no sabía si deliraba que las niñas estaban jugando en su habitación o ellas estaban, pesadas, insolentes, pequeñas como gatitos inoportunos. Lindas pero molestas.

Pero sí, entre las tablas había comida de muñecas, al despertar comprendía que sus hermanas jugaban de verdad, como si el verbo jugar existiera. Hacia el fondo, hacia el barro, esas nenas transportaban collares, tesoros, gemas.

Y su dolor le decía que los collares, los tesoros y las gemas no existen, pero estaban entrando y saliendo tales joyas.

Y cuando las niñas excitadas por el propio movimiento de andar viviendo y jugando alzaban la voz, su propia voz, la de él, gritando, gritaba que su voz no existía, que estaba muerto. La más pequeña, la de cinco años, le preguntó: ¿y dónde está tu cajón?

A él le pareció ver una paloma en la ventana, consideró que era una paloma de paz, ésa que además simboliza la inocencia, la paloma dorada.

No sabía que en realidad no iba a morir en absoluto: eran las fiebres de la pubertad y el fuego de los próximos años los que lo enfermaron; tal vez Indiana lo enfermó con una mirada venenosa.

Tampoco sabía que esta paloma no era precisamente la pura, ruborosa, sino la otra cara de cualquier paloma, la que representa la lascivia, el sexo desatado: la adolescencia, la juventud que lo esperaba con las puertas abiertas de su mansión magnífica.

Escribo esto en homenaje al que fue mi “vecinito”, Daniel Valle, mientras un cuervo golpea con sus dos alas la ventana del estudio donde estoy escribiendo. Pero no le abriré…
Morahttp://Monografias.com

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